miércoles, agosto 12, 2009

Catedral

Empinada hacia sí, la catedral bermeja aparecía sin permiso. Una tras otra, agredían al cielo ventanas y picos. Sacerdotes errabundos lloraban. Viandantes lacerados ardían. En el frío, mil flagelantes salpicaban: piedras, calzadas, estancias. Un segundo más pedía aquel viajero. Un instante único, para escabullirse solo. Sin más tiempo remojó la hostia. Amenazó al cielo. Riendo sin demoras, como ángel exterminador.